Comunidad de propietarios: La convivencia
Decía Aristóteles que el hombre es, en tanto que ser racional, un animal político -zoon politikon-; es decir, un ser social por naturaleza. Según él lo que distinguía al ser humano de los animales era su capacidad de crear comunidades de vida. El ciudadano (polites) debía estar entregado a su ciudad (polis), pues es en la vida social en la que las personas alcanzan su desarrollo gracias a los medios humanos y materiales que su comunidad le brinda.
Desafortunadamente, vivimos en un momento de profundo malestar social. Dicho malestar tiene como síntoma el individualismo. Todo el mundo corre al grito del “sálvese quien pueda” sin pensar que el individuo se pierde si no cuenta con una comunidad que le guíe, le oriente, le aconseje, le anime y le transmita afecto y reconocimiento.
Tampoco una comunidad de propietarios es ajena a este problema social. Por desgracia, las disputas vecinales son más corrientes de lo habitual, muchas veces por motivos vanos e irracionales. De modo que la comunidad, que en un principio debía ser un regalo maravilloso, se torna en un obstáculo para el bienestar personal y familiar. Es difícil encontrar las causas de este problema, siendo la mayoría de las veces variadas y complejas, pero sí es fácil comprender las ventajas que conlleva la solución del mismo. De todas estas posibles ventajas que trae consigo la mejora de la convivencia en nuestra comunidad de propietarios, podemos mencionar las siguientes, por ser las más relevantes:
- Sociales: el aumento de la cooperación y de la amistad entre propietarios hace más llevadero el día a día puesto que encontramos en nuestro vecino un apoyo humano indispensable. Todavía en muchos pueblos y bloques de pisos se fomenta la familiaridad entre sus vecinos.
- Psicoterapéuticas: encontrar en tus vecinos un amigo o casi un familiar más, nos ayuda a sentirnos más protegidos, a encontrar en nuestros hogares un refugio que se extiende al hogar de nuestro prójimo.
- Económicas: una convivencia sana entre vecinos repercute en un incremento del valor de los inmuebles. La razón es obvia: nadie quiere gastar sus ahorros o hipotecarse en un piso o casa en la que la comunidad está en guerra constante y por la que los asuntos y elementos comunes están descuidados.
Preocupémonos, por tanto, de dar valor a nuestras relaciones comunales y, en consecuencia, adquirirán más valor los bienes que compartimos con los demás.